En mi opinión, la salud es el estado natural de cualquier Ser vivo. Es algo más profundo que la ausencia de enfermedad. Es una sensación de unidad, equilibrio, bienestar natural, fluir con la vida, estar a gusto con uno mismo y con el entorno.

Se puede estar sano y tener síntomas. De hecho, estos son sólo la manifestación de la fuerza vital del organismo para mantenerse en equilibrio.  Sin embargo, en nuestra cultura, los síntomas son sinónimo de mala salud y enfermedad. Están vistos como algo negativo porque molestan,  nos impiden seguir con nuestro día a día. Estamos acostumbrados a valorar la vida desde nuestra capacidad de rendimiento y productividad, por eso la parálisis o ralentización que los síntomas nos causa es inaceptable.

Ante esto, nos apresuramos a tomar un fármaco para que el malestar desaparezca y podamos continuar con nuestra vida y productividad lo antes posible. Pero con ello estamos frenando y/o paralizando el trabajo del organismo.

Con esto no estoy diciendo que un dolor haya que soportarlo ni que tengamos que sufrir. Los medicamentos que nos alivian el sufrimiento son maravillosos, pero no debemos olvidar lo que está ocurriendo en nuestro cuerpo cuando tenemos síntomas.  Si irremediablemente se recurre a un fármaco para aliviar el malestar, no debería ser para seguir haciendo vida normal como si no pasara nada, sino únicamente para no sufrir mientras permitimos que el organismo trabaje buscando el equilibrio.

No solemos ser conscientes de nuestra responsabilidad con respecto a la salud, y, sin embargo, somos los únicos responsables de proporcionarle a nuestro organismo la materia prima que necesita para funcionar óptimamente. Esta materia prima la resumo en cuatro pilares fundamentales:

1) La dieta.
En mi opinión, lo más importante para mantener nuestra salud y bienestar es eliminar las sustancias que comemos diariamente que provocan graves desequilibrios celulares. Estas sustancias son los azúcares (en todas sus formas); lácteos; aceites de semillas utilizados para cocinar e hidrogenados (como la margarina); y en muchos casos el gluten (cereales que incluyen el trigo, espelta, kamut, centeno y cebada). Una vez que se retiran estas sustancias, el organismo comienza a desintoxicarse y a desinflamarse. Al cabo de un tiempo el hambre se regula y el organismo comienza a conectar de nuevo con su naturaleza, inclinándonos a comer alimentos beneficiosos para la salud. Alimentarse de esta forma es dejar de luchar contra la comida, se come con satisfacción, las cantidades adecuadas, en el momento adecuado, sin tenernos que preocupar por nuestra dieta, sin tener que controlar calorías, ni matarnos luego haciendo ejercicio para quemar lo comido. La alimentación pasa a ser un apoyo natural y sin esfuerzo para nuestra salud.

 

2) El descanso.
Hace años leí algo que me encantó, desafortunadamente no sé dónde lo leí ni quién lo escribió pero decía: “muchas enfermedades se generan por luchar contra las fases de baja energía que son vitales para la regeneración”. Así es, pero lo que hacemos cuando nos sentimos mal es correr a tomar algo (sea fármaco o natural) para evitar, precisamente, el tener que meternos en la cama y tener que parar nuestra agenda diaria.

Tenemos algo en contra respecto al descanso. Muchas personas se sienten culpables cuando descansan y sólo se permiten el descanso en las horas pautadas por la sociedad, como son la noche y, con suerte, la siesta. Sin embargo, el descanso es fundamental para permitir que el organismo trabaje sin nuestra interferencia. Necesitamos descansar física, mental y emocionalmente para mantener nuestro equilibrio. Cualquier momento del día es bueno para hacer un parón, a veces con sólo 5 minutos de reposo en una superficie dura con las piernas un poco en alto, es suficiente para que el organismo vuelva a su equilibrio.

 

3) El ejercicio.
Sin duda, el cuerpo está hecho para moverse. Es sano estar activos físicamente. El ejercicio cumple importantísimas funciones, entre ellas moviliza la sangre y lleva los nutrientes y oxígeno a todas las partes del cuerpo, y activa la linfa que ejerce una labor de limpieza... No moverse es ralentizar el organismo a todos los niveles.

 
4) La escucha del pensamiento.
Al igual que un alimento tóxico puede hacer mucho daño en el organismo, también un pensamiento negativo que esté permanentemente en nuestra mente dando vueltas y quitándonos energía, puede ser demoledor para nuestra salud.

El pensamiento siempre está en activo: con conciencia o sin ella, pensamos todo el día. Y, a pesar de que parece que está fuera de nuestro control, podemos dirigirlo.

Primero pensamos y luego sentimos. Es misión imposible saber exactamente lo que pensamos a cada momento y tampoco es necesario. Sin embargo, podemos saber que un pensamiento nos perjudica la salud, si como resultado de ese pensamiento generamos una emoción negativa.  Eso es todo lo que necesitamos: reconocer nuestras emociones. Ellas son nuestra brújula para llegar a nuestro pensamiento.

Podemos cambiar conscientemente un pensamiento dañino buscando otro que nos genere una nueva emoción más agradable y placentera. Sin embargo, no es necesario pasar de un extremo a otro, se puede conseguir alterando mínimamente la emoción. Por ejemplo, pasar de “estoy muy mal” a “estoy un poco mejor que ayer” es mucho más fácil que pasar de “estoy mal” a “estoy sensacional”. Lo importante es alejarse lo antes posible y lo suficiente hasta sentir que nuestra emoción finalmente ha cambiado.

Romper con el momento de malestar lo antes posible es fundamental para evitar que éste deje huella en nuestro organismo. La repetición de muchos pensamientos negativos durante el día mina nuestra salud.


Si quieres mantener o recuperar tu salud, procura revisar constantemente estos cuatro pilares y mantenerlos siempre en constante equilibrio. Es más beneficioso aplicar mínimamente los cuatro de forma constante, que no aplicar al máximo tan sólo uno de ellos pero ignorando el resto.

Sé constante con tus pilares, esa es la clave.