Tres meses antes de fallecer mi abuela, a los 99 años, fui a pasar la tarde con ella y me la encontré con su famosa y desgastada carpeta titulada “los hombres de mi vida”. Estaba guardando el recorte de periódico de un personaje público que acaba de añadir a su lista de hombres.

En esa carpeta, que tenía muchos años, se podía encontrar todo tipo de personajes masculinos, desde Mandela, hasta Springsteen, pasando por Kojak, Boreinboim, el Subcomandante Marcos y un largo etcétera.

Y mientras guardaba su nuevo fichaje me dijo “yo siempre tengo que estar enamorada”.

Así era mi abuela, una mujer llena de personalidad, rebelde como pocas, con una mente libre… y a pesar de sus muchos cafés al día, de sus tequilas, sus pastillas para dormir, su desorden en su alimentación y de muchas cosas que se supone no hacía bien, en lo que era una expertaza era en reencontrarse con su bienestar interno… siempre tenía un rinconcito, en forma de oasis, en su interior donde refugiarse cuando la vida le sacudía.

De ella aprendí que hay una parte de nosotros intocable por la enfermedad y los aspectos negativos de la vida y que somos dueños y responsables de conectar con ese espacio… que yo lo llamo alma y ella, tal vez, “los hombres de mi vida”... qué importa el nombre!