El verano no me parece erótico por muy poca ropa que llevemos.

No me apetece dormir junto a nadie, ni que me achuchen. Que me dejen!.

No me apetece ponerme crema, ni perfume, ni sujetadores bonitos. Tampoco me apetece maquillarme.

Me siento hinchada, con las piernas pesadas y muy perezosa. No me siento con ganas de nada.

Tampoco me gustan las chanclas, no soy playera, ni me sienta bien el gazpacho, no soporto beber agua fría, ni granizados.

Oigo más a los vecinos, su música y sus televisores.

El aire acondicionado me reseca hasta el alma y los ventiladores me aturden.

Encuentro que el verano es una pesadez a todos los niveles.

Y, sin embargo, tiene momentos de ensoñación… plácidos momentos de quietud donde el pensamiento se mece suave al vaivén del abanico.

Y es sólo entonces cuando lo disfruto.