Hace unos días leía a un reconocido intelectual y escritor de nuestro país diciendo “¿Cómo se atreve a ser escritor alguien que no ha leído? Esto me produce estupor”. En otro artículo se hablaba de que al menos deberíamos haber leído 1.500 libros antes de escribir un libro.

Parece ser que para ser artista tienes que intelectualizar tu arte. Está claro que la cultura general aporta ideas, sensaciones, abre mente, pero eso no lo es todo.

Shakespeare o Cervantes, dudo que en el siglo XVI y XVII se hubieran empapado de otros escritores, entre otras cosas porque la mayoría de los grandes autores, como las Brönte, Doris Lessing, Borges, Kafka, Cortázar, Gabriel García Márquez, y un larguísimo etcétera, no existían… y porque los libros no eran tan fáciles de conseguir como ahora.

Igual pasa con la música, Bach y los grandes monstruos de la música clásica sólo podían escuchar música a través de conciertos en vivo y en directo porque no tenían otra manera de acceder a ella. No creo que estuvieran todo el día de conciertos. ¿Eran genios porque habían escuchado mucha música de otros músicos? No! Eran genios porque nacieron genios.

Estos pensamientos me llevan a comparar la genialidad con la sanación del cuerpo. Hay muchas personas que consideran que sanarse implica empaparse de conocimientos. Devoran las redes sociales, libros, lives, con la idea de que cuanto más sepan más van a poder curar sus enfermedades. No, no, la información por supuesto que puede ayudar, pero no es necesaria para sanarse. Hay muchas cosas como la creatividad, la salud, el amor, la sensibilidad, la intuición que no precisan de conocimientos.

Y eso es lo que creo que necesitamos: dejar salir nuestra genialidad innata y natural para que se haga el milagro de la vida, sea en forma de arte o en forma de sanación. Y hay muchas otras formas de hacerlo sin pasar por el intelecto.